Malinas
Malinas es una pequeña ciudad flamenca que se encuentra entre Bruselas y Amberes, y que muchas veces queda opacada por sus hermanas mayores, Brujas o Gante. Sin embargo, esta pequeña joya medieval, una vez capital de los Países Bajos españoles, tiene mucho que ofrecer y por descubrir.

Esta ciudad flamenca se funda alrededor del año 600 gracias a un monje inglés que llega a la zona, pero su momento de florecimiento es a partir del año 1301, cuando se le otorga a la ciudad el derecho a ser un fuero y la exclusividad del almacenamiento del grano, sal y pescado. Aunque su momento de mayor esplendor es el periodo de las dos Margaritas, Margarita de Hungría y Margarita de Austria, en la que ciudad se convierte en el centro jurídico y administrativo de los Países Bajos españoles. De aquella época de esplendor en Malinas podemos descubrir muchísimos edificios.
Varios elementos caracterizan a Malinas y, entre ellas, destacan: la cerveza, los tapices y las campanas. Sí, las campanas. A continuación vamos a descubrir porqué Malinas es tan importante en estas áreas.
La cerveza.
Este es uno de los productos que son seña de identidad del país, igual que el chocolate, los gofres o las patatas fritas, pero en esta ciudad medieval la cerveza tiene una importancia considerable. Su relación se remonta a siglos con este manjar, pero si una fábrica cervecera sobresale por encima de todas las demás es la Het Anker. Completamente ligada a la historia de la ciudad y del país, fabrican varias de las cervezas más valoradas del país. Se cuenta que el emperador Carlos V solicitaba barriles a esta fábrica cervecera, ya que era su favorita, y de ahí que una de sus cervezas más conocidas se llame la Golden Carolus.

En la fábrica Het Anker (www.hetanker.be/nl), que se traduce como «El Ancla», se puede hacer mucho más que degustar cerveza, ya que el lugar, que está en el Gran Beguinario, cuenta con fábrica de cervezas, restaurante, posibilidad de vivir experiencias cerveceras y hasta un hotel, en el que descansar después de un tour por la ciudad y una degustación de sus maravillosas cervezas.
Los tapices.
Forman parte del legado cultural más importante de este área. Se comienza a hacer a partir del S.XIII, pero en el S.XVI los tapices flamencos alcanzan tal calidad que Flandes se convierte en el centro de este arte de toda Europa. Los paños flamencos son los más deseados de todo el continente y los más exquisitos. Gracias a eso, se desarrolla está industria y alcanza la perfección en esta región.
En Malinas la industria del paño flamenco sigue muy presente. Aquí nos encontramos con la Manufactura Real de Wit (www.dewit.be) que es el mayor centro de restauración y conservación de tapices de todo el mundo. Situada en el antiguo refugio de la abadía de Tongerlo, otra famosísima abadía cervecera belga con siglos de historia, se dedican tanto a la restauración como a ser un museo en el que mostrar las maravillas de este arte, que los flamencos elevaron hasta su máxima cuota.

Campanas.
Y, por último, pero no por ello menos importante, las campanas. Evidentemente Malinas, como la mayoría de las ciudades flamencas importantes de la época medieval tienen su propio campanario, en este caso, en la Catedral de San Rumoldo, pero la importancia de las campanas en Malinas no es por esto.
Aquí se encuentra la Escuela Real de Carrillón Jef Denyn, que es la escuela de carrillón más antigua y grande del mundo. Fundada en el año 1922 la escuela sigue manteniendo un prestigio altísimo a nivel mundial y estudiantes de todos los confines llegan hasta Malinas para perfeccionar este arte. Ahora mismo la escuela se encuentra en el Sinte Mettetuin, lugar que visitaremos en nuestro recorrido por la ciudad de Malinas.
Sin embargo, las campanas tienen más relación con la ciudad, ya que hay una anécdota que muestra la especial relación de las campanas con la ciudad. Dice la leyenda que los malinenses siempre llegan tarde a todos los lugares, que son unos tardones. Por eso, en el S.XVIII colgaron el reloj más grande del mundo en el campanario de la Catedral de San Rumoldo. El reloj daba las horas, para saber los minutos debían de escuchar el carrillón. Con esta medida querían intentar que sus conciudadanos fuesen un poquito más puntuales.

La cosa curiosa es que las campanadas entre los cuartos son únicas, ya que no son cada quince minutos, sino cada siete y medio, ya se sabe, por lo de la impuntualidad, marcarlo un poquito antes. de ahí que sean conocidas como la media malinesa.
Si quieres descubrir esta joya medieval, cómoda de visitar y que no deja indiferente, anímate a unirte a nuestra excursión de Amberes y Malinas.